“By divine institution, the sacrament of orders establishes some among the Christian faithful as sacred ministers through an indelible character which marks them. They are consecrated and designated, each according to his grade, so that they may serve the People of God by a new and specific title.” – Code of Canon Law, can. 1008
The diaconate is the first degree of Holy Orders, and the character conferred therein is the most fundamental. The diaconate, like the other Orders, is oriented to the service of the People of God.
Deacons serve in a variety of ways. Although most visible (to most) while assisting at the altar at Sunday Mass, and sometimes preaching, deacons carry out their ministry in many other ways, including: overseeing corporal works of mercy; prison and hospital chaplaincy; sacramental preparation; baptizing; witnessing marriages in the name of the Church; and conducting funerals. A deacon’s ministry will naturally vary depending on his assignment and the needs of his community.
The diaconate has existed in the Church since apostolic times, and we venerate several deacons as saints, including St. Lawrence, St. Ephrem, and St. Francis of Assisi. Although for a time it fell out of use as a permanent order – becoming instead merely the final step of formation on the path to the priesthood – the diaconate was restored as a stable order by St. Paul VI after the Second Vatican Council, and opened to married men as well as celibates. Thus we find in the life of the Church today both Permanent Deacons and so-called “Transitional Deacons” (that is, those preparing for the priesthood). Both share in the one character of the diaconate, and one is no less “deacon” than the other.
"Por institución divina, el sacramento del orden establece a algunos entre los fieles cristianos como ministros sagrados que los marca a través de un carácter indeleble. Son consagrados y designados, cada uno según su grado, para que puedan servir al Pueblo de Dios con un título nuevo y específico." – Código de Derecho Canónico, can. 1008
El diaconado es el primer grado de las Órdenes Sagradas, y el carácter conferido en él es el más fundamental. El diaconado, como las otras Órdenes, está orientado al servicio del Pueblo de Dios.
Los diáconos sirven de varias maneras. Aunque más visibles (para la mayoría) mientras asisten en al altar durante la misa dominical, y a veces predican, los diáconos llevan a cabo su ministerio de muchas otras maneras, incluyendo: supervisando las obras corporales de misericordia; capellanía penitenciaria y hospitalaria; preparación sacramental; bautizar; testificar matrimonios en nombre de la Iglesia; y la realización de funerales. El ministerio de un diácono naturalmente variará dependiendo de su asignación y las necesidades de su comunidad.
El diaconado ha existido en la Iglesia desde los tiempos apostólicos, y veneramos a varios diáconos como santos, incluidos San Lorenzo, San Efrén y San Francisco de Asís. Aunque durante un tiempo cayó en desuso como orden permanente, convirtiéndose en cambio simplemente en el paso final de la formación en el camino hacia el sacerdocio, el diaconado fue restaurado como una orden estable por San Pablo VI después del Concilio Vaticano II, y se abrió a hombres casados y célibes. Así encontramos en la vida de la Iglesia de hoy tanto diáconos permanentes como los llamados "diáconos transitorios" (es decir, los que se preparan para el sacerdocio). Ambos comparten un carácter del diaconado, y uno no es menos "diácono" que el otro.